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“El planeta está repleto de la excelencia de Dios”, Piensa por un instante en todas y cada una de las imágenes de la naturaleza que fueron evocadas como metáforas para Dios o algún aspecto del Divino: fuego, viento, agua, tierra, sol, luz. La existencia de Dios asimismo fué simbolizada por el trueno y el rayo, una montaña grandiosa, una roca inalterable, una semilla, un árbol poderoso, una flor en capullo. Algo de Dios fué revelado a los ojos destellos de un tigre, en un águila que se remonta en vuelo, al susurro de una paloma y en una bella mariposa. “La naturaleza es el símbolo del espíritu de Dios Los humanos siempre y en todo momento fueron atraídos por la hermosura y majestad de la naturaleza, pero nos sugiere ir a ver mucho más intensamente. Es tal y como si Dios estuviese escondido tras cada árbol, bajo cada roca, sobre cada colina, por medio de cada prado, en el fondo de cada lago, mediante cada nube, en las alas de cada pájaro, en los ojos de cada animal. Es tal y como si Dios juega a las ocultas con nosotros y espera a que descubramos el Uno en todo.

El link entre Dios y la naturaleza: En el momento en que Dios logró a los humanos a su imagen y les dio dominio sobre el planeta natural, los apartó del resto de la creación como únicos, ( Génesis (1:26, 27).

La incomprensión

“Debo habituarme a que jamás absolutamente nadie me entenderá. Ese deber ser el destino común de la multitud bien difícil”.

No es simple tener ideas propias y estar estable en ellas. Bastante gente, al sentirse incomprendidas, eligen ignorar sus idóneas y ser una parte de la sociedad que les circunda. ¿Va a ser mejor esto o sostenerse en la solidez y vivir con determinada soledad en frente de el resto?

Entre el bien común y el bien personal

Tenemos la posibilidad de debatir indefinidamente sobre el marxismo y no vamos a terminar jamás si no partimos de este principio: el hombre tiene límites pero es imposible quedar en aquello que logró de él su nacimiento, su auténtica humanidad ha de ser construída. Lo que cautiva al marxismo es visto que desea instruir al hombre a hacerse constructor de sí. Pero solo el Evangelio nos ofrece la solución del inconveniente.

El comunismo no se enfrenta al Evangelio al instituir la vida común, pero revela su debilidad tratándose de crear la personalidad. Stalin se deshizo de sus oponentes imputándoles todos y cada uno de los descalabros del sistema: nada es mucho más bien difícil para el hombre que conseguir lo que ha de ser. Nuestro Lenin, tan puro, tan desinteresado, no se atrevía a asegurar que la revolución triunfaría, que el hombre daría todo el ahínco preciso sin que le obligaran, pero había que comenzar por obligarle con la promesa de llevarlo a la vida impecable. El hombre de el día de hoy se sacrificaba de cara a un futuro hipotético. El acercamiento con Occidente, las adversidades con China, detallan que el comunismo es menos que jamás seguro de su ruta.

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