Las religiones procuran asesorar a los humanos en la búsqueda de la paz y la alegría, a través de la práctica de determinados principios y prácticas. Los líderes socialistas procuran conseguir el dominio y la obediencia de las masas. Con frecuencia las opiniones religiosas entran en enfrentamiento con los proyectos socialistas y tienen la posibilidad de complicar el control de las masas, con lo que, como exhibe la historia, los socialistas se han confrontado con la religión y sus líderes.
La crítica marxista de la religión radica en que, a través de la promesa de la otra vida, vuelve posible que el proletariado viva sacrificando su vida sin protestar. Ve la religión y sus líderes como socios del Estado burgués. Cree que para dejar en libertad al obrero de sus cadenas, asimismo es requisito liberarle de sus prejuicios religiosos. De ahí que Marx ha dicho de la religión que era «el opio del pueblo» (Crítica de la filosofía del derecho de Hegel) y Lenin ha dicho: «Debemos combatir contra la religión» (VI Lenin, Actitud del Partido obrero jefe a la religión).
¿La democracia debe tolerar a esos que desean destruirla? (Raymond Aron, Introducción a la filosofía política)
«La cuestión que se expone, en la manera mucho más simple, es la próxima: es verdad que la democracia, por principio, debe tolerar a esos que desean destruirlos la ? Hete aquí mi contestación: en un plan rigurosamente teorético, ningún régimen se define por dado que no se defienda.
De esta forma, la democracia no se define para asegurar que quien no desee el régimen de competición pacífica puede realizar cualquier cosa para destruirlo. El principio es, por adelantado, ordenar una competición pacífica para el ejercicio del poder. Por definición, esta competición pacífica se crea para todos los que admiten las reglas. Desde el instante en que los individuos o conjuntos sugieren que están contra el sistema, que son hostiles y desean destruirlo, los que admiten el sistema tienen todo el derecho de defenderse. Esto no es opuesto al comienzo democrático.
»La contrariedad radica en otro sitio: si no dejamos ser libres a los hombres desde el instante en que se oponen al sistema, si solo se da independencia a quien lo quiere, vamos a caer en la fórmula: «Ninguna independencia para los contrincantes de la independencia», fórmula que ofrece el despotismo integral representando a nuestra independencia. Teóricamente no hay contrariedad a fin de que los incondicionales del sistema democrático se defiendan. En la práctica resulta bien difícil, por el hecho de que no se conoce de manera precisa dónde situar el límite desde el como la oposición es ilícita, o sea, el punto desde el como no se está en su derecho a formar parte en la competición.