La desaparición y las liturgias que le cubren son el instante favorecido para la aparición de las “imágenes habitadas”; imágenes que, en el contexto de un ritual dado, se transforman en espacios capaces de acoger la presencia del sujeto fallecido. En el viejo Egipto, donde la desaparición ocupaba un espacio central en su sistema de opiniones –o, por lo menos, se encuentra dentro de las partes mucho más resaltadas que nos llegó–, se tienen la posibilidad de encontrar ejemplos de enorme elocuencia mediante los que revisar este desempeño simbólico de la imagen. El cuerpo fallecido, inerte, era la frontera entre el planeta de los vivos y el de los fallecidos, y, asimismo, era entre los automóviles con los que atravesar el mágico umbral. El fallecido, en el momento en que abandonaba el cadáver, podía tener varios elementos que le dejaban desplazarse durante las múltiples pruebas que le aguardaban. Asimismo podía tomar contacto con los vivos a través de elementos como los sueños o las imágenes que le servirían de casa para su ba o akh. En el sortilegio 65 del Libro de los fallecidos se puede leer: “He salido en la manera de un akh viviente al que la multitud común en la tierra adora”. Este akh viviente, que podía habitar en las esculturas que acompañaban al fallecido a su tumba, era solo entre las manifestaciones espirituales que tenían los egipcios. En la tradición cristiana comunmente se recurre al alma o espíritu para aludir a la manera etérea que se contrapone al cuerpo físico; por contra, los viejos egipcios tenían un sistema de manifestaciones articulo mortem considerablemente más complejo.
Libro de los fallecidos (Papiro de Ani). Escena del juicio. C. 1250 a. C. (British Museum).
Desarrollo de momificación en el Viejo Egipto
La labor de momificar a un difunto rey y reina tomaba un tiempo aproximado de un par de meses. La conservación del cuerpo tenía un vínculo directo con perpetuar el recuerdo del difunto. Por consiguiente, a los ricos y poderosos, incluyendo los faraones, se les hacía un embalsamamiento que consistía en poner el cuerpo en una mesa y llevar a cabo un corte en el abdomen para obtener todos y cada uno de los órganos a salvedad del corazón que dejaban en interior del cuerpo sin tocarlo en tanto que tenían la creencia de que radicaba allí la vida del difunto.
Los egipcios tendían a sacar el cerebro de los cadáveres en tanto que para ellos no era esencial. Lo hacían por medio de la rotura de la cubierta de hueso ahora través de una fina vara con forma de gancho mediante la nariz se agitaba el cerebro hasta el momento en que se volvía líquido y más tarde era vertido a través del mismo. Finalmente se limpia la cavidad craneal con lino y se cubría con resina ardiente para sellarla. Tras toda esta operación se sumergía el cadáver en natrón, substancia química que deshidrata el cuerpo y alarga su conservación, en ese instante, se amortaja al difunto con lino y la lona se enganchada al cuerpo con resina.
Heka en la religión egipcia
La religión egipcia reconocía una deidad particularmente llamada Heka, considerada como la personificación de la magia y de la fuerza divina del cosmos. Heka era la fuerza escencial que dejaba sostener la estabilidad universal. Los dioses, los curas y los faraones tenían a Heka o poder mágico que les era heredado.
Los curas eran considerados poderosos magos y sanadores que sabían de qué forma conducir el Heka y eran los mediadores entre los hombres y los dioses. Además de esto, integraban la Corte de Justicia, asesoraban a los faraones y también interpretaban sus sueños. Los faraones asimismo eran considerados seres poderosos cuya fuerza empapaba todo a su alrededor, aun, los elementos que tocaban.