por que la juventud se desentiende de la religion

El Partido Habitual de Antequera afirma que su apuesta urbana por la localidad «es un deber real con los distritos y vecinos». En este sentido, fijan como puntos primordiales de su emprendimiento la modernización, disponibilidad y mucho más vecindario.

1. La sociedad «sin padre»

El síndrome de Peter Pan correspondería a una situación social y cultural diferente de las que hasta la actualidad los mayores hemos vivido. Y las mutaciones socioculturales son siempre y en todo momento fenómenos demasiado complejos. Sería ingenuo procurar aclararlas con explicaciones lineales, apelando a una u otra causa singular. Las probables concausas, además de esto, interactúan entre sí para ocasionar, por acumulación, ocasiones sociales cualitativamente diferentes. Algo de esto semeja haber ocurrido en la sociedad de españa durante las tres últimas décadas. Este país (en un período temporal históricamente cortísimo) hizo una triple transición: política, económica y cultural –que todavía semeja no haber terminado–. España se transforma en una sociedad industrial desde la década 1950-60. Reducen los campos de población vinculados a una cultura rural, medran los ámbitos urbanos. El obrero especializado intenta un nuevo nivel económico, afín al de las clases medias. Se propaga la educación universitaria, se diversifica el campo servicios (expertos y campos vinculados a la función pública). Todo lo mencionado altera las mentalidades y las formas habituales de accionar. Añádese el encontronazo del turismo, con la aparición de estilos de vida distintas, que dan la fascinación del extranjero, para una sociedad deseosa de apertura. Con la transición política, en la época de los 70 se inaugura una exclusiva etapa que decreta abiertamente valores diferentes. La sociedad de españa que aparece de esta complicada trama de transiciones puede definirse como una sociedad de «novedosas clases medias», en pos de otros marcos de referencia. Esto es, que los cimientos de lo que era la sociedad de españa previo se vieron intensamente sacudidos. Si bien vivido con una sensación colectiva de euforia por la novedosa sociedad, esto no eliminó la necesidad de orientación en un marco cultural en varios puntos cualitativamente distinto. Labor que jamás es simple. Ahora entre los «progenitores creadores» de la Sociología tradicional -Durkheim- observó que los cambios bastante bruscos (tanto sociales como personales) conducían a ocasiones de anomía: esto es, a una sepa de reglas que orientaran la conducta. Las viejas reglas por el momento no son (o no se juzgan) correctas; y las novedosas, todavía no fueron establecidas. La sociedad -colectivamente- o el sujeto, tantean en la indecisión, llevados por la fascinación de lo más reciente. (Y como resulta lógico se confunden. Lo esencial sería que la equivocación no llegue a los límites de lo irreversible). Algo de esta situación de anomía es viable seguir los hábitos (públicos y privados) de los españoles. La velocidad del cambio, el pluralismo, la indecisión transformaron al grupo de la sociedad de españa, en determinado sentido, en una «sociedad sin padre». (Es conocido que la familia patriarcal romana distinguía entre los oficios de genitor y de pater. Genitor era quien engendraba biológicamente. El pater ejercitaba un papel considerablemente más extenso: representaba la Ley, establecía el orden de la vivienda, tenía la autoridad de que manaba la orientación de las formas de proceder). Las novedosas clases medias españolas, en un régimen político asimismo reciente, en pos de maneras de vida diferente, ven oscilar sus referentes habituales. La convivencia en la sociedad de españa se establece sobre un nuevo «pacto popular», bajo la hegemonía del liberalismo político y económico. La sociedad garantiza las libertades del sujeto, pero es requisito amoldarse a las leyes del mercado. Lo que sucede es que el mercado que proclama la abundancia y también alienta el consumo, en un punto neurálgico, proclama la ley de la escasez. El trabajo se transforma en un bien poco y el paro consigue la connotación estructural. El mercado, administrador del nuevo pacto popular, no va a poder sugerir trabajo a sus integrantes. Menos aún para todos y cada uno de los integrantes de las novedosas generaciones. (La primordial bolsa de paro en España está constituida por jóvenes inferiores de 25 años, que procuran su primer empleo). El mercado de trabajo pone la primera piedra en este constructo popular de la adolescencia prolongada. Como compensación, la sociedad moderna va a ofrecer un modelo eficiente de «cultura de la satisfacción»: una incitación persistente al consumo y una sobreabundancia de imágenes sugestivas (asimismo para el consumo): la vida como espectáculo. El mercado marca de esta manera las orientaciones y resoluciones en varios puntos de la vida.

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Pero hay otras caracteristicas, los mucho más íntimos de la personalidad, sobre los que el mercado nada afirma -o lo que afirma es falso-. El mercado es un malpadre. En el seno familiar, varios integrantes de las novedosas clases medias experimentan una desorientación sobre lo que tienen que -o lo que tienen la posibilidad de- trasmitir. Las reglas precedentes –las que ellas vivieron en su juventud– semejan desfasados; las novedosas todavía no están establecidas. Mucho más aún, nuestra institución familiar, en su punto de acompañamiento inicial -la pareja- está asimismo doblegada a la barahúnda del cambio.

En esta situación, el modelo de la familia patriarcal se siente como inapropiado. Impulsada por una exclusiva conciencia femenina, la familia busca su sendero hacia un modelo mucho más igual. El cosmos familiar está en movimiento. Sintiéndose inútiles de prestar a los hijos marcos equilibrados de referencia (¿dónde respaldarse, si la sociedad da un giro como un torbellino?), los genitores por el momento no se animan, habitualmente, a ser asimismo progenitores (o sea, a prestar con solidez y seguridad propia un orden de valores). En compensación se esforzarán por prestar a sus hijos la oportunidad de un cierto ascenso popular y un mayor nivel de consumo. La crisis fué interpretada por ciertos como el objetivo de la familia. Las investigaciones efectuadas a los jóvenes detallan un destacable nivel de satisfacción con la institución familiar. Los hijos le aprecian más que nada como cobijo caluroso en una sociedad competitiva y poco agradable. Las crisis económicas siguientes –y frente todo la crisis laboral– no van a hacer sino más bien realzar el papel solidario de la familia con las novedosas generaciones. (La familia como colchón que mitiga el choque popular. Colchón sobre el que, naturalmente, hay situaciones en los que se tiende Peter Pan). La convivencia intergeneracional es buena, por causas simultáneamente cariñosas y pragmáticas. No va a haber un «campo de pelea» acotado para la confrontación ideológica entre las generaciones. Las viejas se hicieron mucho más tolerantes. Las novedosas, incrédulas en frente de las ideologías, contemplarán las precedentes con benevolencia. Y -quizás- con una segrega conmiseración (¡exactamente en qué cosas perdían el tiempo sus progenitores!). Pero esta serie de situaciones les transforma al unísono en generaciones «sin padre» (con pocos marcos equilibrados de referencia). El resultado de la desorientación familiar es la pérdida de autoridad de las figuras parentales. Los «genitores» semejan renunciar de su «función paterna» y abandonarla a agentes ubicados en el exterior. Lo ejercitará nuestra sociedad donde sus hijos tienen que vivir (el conjunto de amigos, los medios, la propaganda…). ¿Y qué está a las afueras de la familia? El consumo, que da una mejor calidad de vida material, bajo formas múltiples y sugerentes. Y, en especial, el consumo de imágenes que detallan el nuevo estilo de vivir. El consumo se transforma de esta forma en marco de referencia (en padre). Convergen elementos sociológicos, de mimetismo hacia clases sociales mucho más altas, elementos simbólicos, de pertenencia y adhesión a un conjunto, subcultura, etcétera. Esto forma parte a la lógica popular del cambio veloz. En el momento en que todo vacila, la identidad (sin la que no tenemos la posibilidad de vivir) tiende a definirse por elementos exteriores, mucho más que por tomas de situación internas y juicios de valor. A semejanza del «pacto» entre sociedad y mayores, los progenitores ensayan en el seno familiar otro género de «pacto popular» con sus hijos. Según el contenido de este pacto implícito, la familia se considera responsable de proveer de cariño, de elementos de consumo, de ingreso a un nivel superior de educación, en la medida de sus opciones. Pero se despreocupa (sumergida quizás en su confusión) de la guerra diaria por trasmitir valores traducidos en reglas. estableciendo de este modo límites razonables a la subjetividad del joven. No es de extrañar que en estas situaciones, la televisión, reverentemente instalada en el centro del hogar, llegue a formarse, o en «infantería electrónica», o en el libro de estilo de la familia, en el consultorio sentimental, al catecismo familiar, relativizador de todos y cada uno de los principios morales… Esta dimisión de la función paterna deja a los jovenes dejados a sí mismos, pero rodeados de un ámbito confortable, extraño al esfuerzo personal. No es de extrañar que brote la tentación de transformarse en Peter Pan. No obstante, aun en estas situaciones, los progenitores no son siendo conscientes de la fuerza socializadora que sus expresiones (si se apoyen en nuestra conducta) tienen la posibilidad de tener.

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