Sería lógico meditar que los campos que en la actualidad identificamos con el nombre de “religión” y “política” en nuestro cosmos simbólico son esferas diametralmente opuestas, ya que el imaginario colectivo contemporáneo acepta que la dimensión que engloban una y otra son temas completamente distintas, mientras que a la primera le conciernen cuestiones enlazadas con el planeta del «sagrado», «lo trascendente» y la espiritualidad del humano, al tiempo que la segunda se inclina a temas enteramente terrenales conectados grosso modo con las acciones que tienen sitio en la esfera pública y por consiguiente afectan a la vida de una cierta sociedad. No obstante, la experiencia histórica revela que la política y la religión han coincidido en distintos puntos, tal como asimismo tejido varios vínculos y construido niveles recurrentes, al punto de confundirse y llegar a parecer un único chato de la verdad, desdibujándose de esta manera línea entre lo espiritual y lo terrenal. De hecho, las relaciones entre lo espiritual y lo político han marcado de manera diversa, estridente y complicada la trayectoria de las mucho más distintas etnias durante la historia. Por bien o por mal, las prácticas y representaciones de la religión interaccionaron con las prácticas y representaciones de la política durante distintos contextos espacio-temporales, dando por resultado una suerte de trasvase de reacciones, hábitos, sentimientos, pretensiones, ideas , referencias, imágenes, significaciones y concreciones. Sin lugar a dudas, este género de argumentaciones se puede utilizar al planeta viejo, una de cuyas peculiaridades primordiales reside en que el grupo de sus maneras de ejercicio del poder, instituciones, prácticas económicas, métodos de sociabilidad, prácticas rituales y percepciones se ven damnificados – directamente y profunda – tanto por las activas producto de la religiosidad como por aquellas que se producen en el campo político, si bien sus propios alcances no en todos los casos son de forma fácil distinguibles, en tanto que las dos esferas definían una situación inextricablemente unida y no una fácil interconexión o superposición de capas, como aparentan probar la articulación entre las prácticas rituales y las prácticas institucionales, el papel del templo y la religión en el ejercicio del poder, o la amalgama entre el cosmos simbólico y las activas políticas. Consecuentemente, la escisión entre los dos puntos es correcta solo en términos metódicos en el momento en que el propósito pase por entender de qué manera operaban la política y la religión en la estructuración y el desempeño de las sociedades viejas.
Más allá de que se escribió bastante sobre las angostas relaciones entre el poder político y el poder espiritual en las etnias de la antigüedad, tienden a ser escasas, si no pocas, las producciones sudamericanas dedicadas a emprender este grupo inconvenientes inherentes a la antigüedad. Frente este especial diagnóstico, entre las contribuciones bibliográficas mucho más recientes en esta orientación historiográfica es el libro Política y religión en el Mediterráneo viejo. Esta colección aparece como corolario de las ocupaciones grupales de docencia, investigación y extensión ordenadas por los historiadores argentinos Marcelo Campagno, Julián Gallego y Carlos G. García Mac Gaw en el marco del Programa de Estudios sobre las Maneras de Sociedad y Configuraciones Estatales de la Antigüedad (PEFSCEA) con origen en la Facultad de Buenos Aires (UBA), pero mucho más particularmente surge mientras concreción editorial de las discusiones y conclusiones alcanzadas en el 1er Coloquio En todo el mundo PEFSCEA, realizado en el auditorio del Convento Enorme de San Ramón Nonato de la Localidad Autónoma de Buenos Aires a inicios de septiembre de 2007. Se trató de un considerable acontecimiento académico en el que participaron relevantes expertos del Viejo Egipto y de todo el mundo greco-de roma y se discutieron múltiples trabajos que presentaban renovadas líneas de discusión historiográfica y ejes de análisis que se relacionan con las múltiples formas en que se articularon política y religión en las civilizaciones ones viejas. Consecuentemente, el volumen que tiene el lector entre manos reúne a un grupo de trabajos que, en términos prácticos, manifiestan la pluralidad de temáticas, enfoques y medites que caracterizó este acercamiento, como la configuración de la autoridad y los gadgets de predominación, movilización y control popular, oa la articulación de mecanismos simbólicos desde los cuales los distintos conjuntos forman y/o diputan los espacios de poder, al unísono que se definen como semejantes mediante la interposición de tales espacios, de cara tanto a sus contendientes inmediatos como a los conjuntos inferiores; y una obra que, en términos espaciotemporales, hace alusión a un arco extenso y heterogéneo que nos conduce desde la urgencia del Estado al Viejo Egipto a fines del IV milenio a. C. hasta las vivencias de todo el mundo bizantino en los siglos VI y VII y del reino visigodo a lo largo del siglo VII de la era cristiana, atravesando distintas instantes de la historia egipcia tal como por la evolución de las polies griegas en las temporadas anticuada y tradicional y la configuración del poder de roma en lo que comúnmente se conoce como las etapas del Prominente y el Bajo Imperio.