objeciones a la critica de la religión de comte

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La causa abierta contra Dios no deja de medrar, pero los razonamientos la mayoria de las veces son redundantes y el desarrollo semeja abocado a una vía fallecida, sin otra visión que sostener la beligerancia entre la fe y la razón. En esa disputa, la cortesía tiende a ocultar. En este refulgente ensayo, el matemático italiano Piergiorgio Odifreddi empieza su alegato recordando el vínculo filológico entre católico y cretino. «Cretino proviene de católico, a través del francés crétin, de chrétien» (p. 13). Anticipándose a las objeciones, Odifreddi afirma que no existe malicia en esta asociación, sino más bien fácil congruencia, puesto que Cristo prometió el reino de los cielos a los «pobres de espíritu». Y en una observación apuntada a los jóvenes, salva las expresiones de Pablo de Tarso en su Carta a los corintios: «En el momento en que yo era niño, charlaba, pensaba y razonaba como un niño; pero al hacerme hombre dejé atrás lo propio de un niño» (XIII, 11-12). Si aplicamos esta reflexión al planeta contemporáneo, va a haber que invertir su sentido, reconociendo que el cristianismo y el resto de las religiones forman parte a la niñez de la raza humana. Según la filosofía de la crónica de Conde, Odifreddi comprende que la madurez intelectual ordena a reemplazar la fe por la razón. No solo por exigencia lógica, sino más bien asimismo por la necesidad de asegurar la autonomía del poder civil, ya que las religiones quieren ocupar el espacio del Estado, recortando las libertades y desatando la opresión contra ateos y incrédulos. En un Estado teocrático no existe la oportunidad de discrepar. No hay disidentes, sino más bien herejes. Por su naturaleza dogmática, todas y cada una de las religiones son intolerantes y no renuncian a influir en la historia, rechazando el enfrentamiento político. En el momento en que Benedicto XVI charla de la «dictadura del relativismo» semeja ignorar que la pluralidad democrática no radica en abdicar de los principios. En verdad, hay principios indudables, como el derecho a la vida oa la independencia de expresión, que –no obstante– tienen la posibilidad de ponerse un límite o alcanzar, sin incurrir en paradojas o incongruencias. De este modo, el derecho a la vida no justifica el encarnizamiento terapéutico; la independencia de expresión no permite la apología de la crueldad y el asilo político no puede aplicarse sin las garantías primordiales.

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