Por Yousaf Khan y Azhar Goraya
Podcast #6 de “El Islam en América Latina”
La fórmula bíblica del bautismo es la fórmula trinitaria del Padre, el Hijo y el Espíritu Santurrón. Algo se comunica precisamente a todos y cada uno de los presentes en el momento en que el nuevo fiel se sumerge bajo el agua al nombre de la Trinidad. La salvación de cada pecador se completa con las tres personas de la Trinidad. Por consiguiente, es muy correspondiente que el pecador dé loas al Dios trino al agua como profesión de fe en el único Dios vivo y verdadero. En el momento en que Jesús instruye a sus acólitos a fin de que vayan y hagan acólitos de todas y cada una de las naciones y los bauticen en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Beato, merece la pena apuntar que el substantivo (ὄνομα) traducido “nombre” es singular a Mateo 28:19. Por consiguiente, las tres personas distintas coiguales y coeternas de la Trinidad no son tres deidades diferentes, sino más bien tres personas distintas que constituyen el único Dios verdadero que salva a los pecadores.
B. B. Warfield ha dicho una vez lo siguiente: “Esta es la característica propia de los cristianos; y o sea tanto como decir que la doctrina de la Trinidad es, según nuestra entendimiento de nuestro Señor, la marca propia de la religión que Él creó.”1B. B. Warfield, “Biblique Doctrine of the Trinity,” The Works of Benjamin B. Warfield, II (148) II: 143. Es de escencial relevancia instruir a los nuevos fieles que en el momento en que entren en el agua van a ser bautizados en el nombre del Padre que los escogió antes de la fundación de todo el mundo (Efesios. 1:2), del Hijo que murió por ellos en la cruz (Juan diez:11, 15), y del Espíritu de Dios que les persuadió del pecado y los llevó a un lugar de arrepentimiento y sumisión a Dios por medio de la Palabra de Dios (1 P. 1:2). Los nuevos cristianos no tienen que confundirse con la fórmula trinitaria mientras que están parado en el agua a lo largo de su bautismo.
Privacidad por medio de los nombres
Piensa una localidad en la mitad de una guerra. El polvo volando por el aire. Los misiles por arriba. Todo en caos. El fragancia de los químicos permeando la espesa niebla y los civiles corriendo por las calles en pavor y confusión, una pesadilla llevada a cabo situación. Un doctor corre por las calles manchadas con sangre en pos de gente para asistir, lesiones que él logre sanar lo bastante a fin de que la multitud vuelva a pararse y prosiga corriendo, a fin de que logren continuar viviendo. Se inclina hacia un hombre sanguinolento por una parte de una granada, en el momento en que de súbito escucha a alguien chillar: Doctor.
A una corta distancia ve a una mujer llamando. Está herida y precisa atención instantánea. Pero solamente llega a ella, escucha otra voz: «David!» Mira y ve a su vecino en el piso con una herida seria. A menos de 2 pasos en la dirección del vecino, una pequeña voz horada el aire y clama: “Papá”. El doctor se paraliza durante un momento antes de buscar a su hijo en la mitad de los escombros.
Causas de Reina y Valera para emplear “Jehová”
La generalización del nombre “Iehova” fue una novedad tan esencial que Reina como Valera la debieron justificar correctamente. “Hemos retenido el nombre Iehouá no sin gravísimas causas”, afirmaba Reina al prólogo de la Biblia, para ahora negar la iniciativa judía de que sea ilícito o una profanación vocalizar el nombre de Dios así como está en la Biblia.
Reina logró referencia al pasaje de Levítico 24:11, el pasaje en el que un hijo de una israelita y un padre egipcio blasfemán el nombre de Dios (en hebreo, qālal, que siempre y en todo momento significa “maldijo, blasfemar ”) ; pero traducido en la LXX como eponomazô, que sencillamente significa “denominar o vocalizar”, dando de este modo a comprender que el castigo de pena de muerte fue pues un extranjero pronunció el nombre propio de Dios).