los paises europeos donde esta mas extendida la religion catolica

(CNN) — El Cristianismo es -por bastante-, el conjunto espiritual mucho más extendido en el mundo. Según un estudio comunicado esta semana, esta religión logró una expansión global a lo largo del pasado siglo.

Europa fue el centro del Cristianismo hace cien años, pero actualmente USA es la vivienda de sobra de una tercer parte de todos y cada uno de los cristianos. En verdad, tiene la mayor población cristina del mundo (247 miles de individuos), seguido de Brasil y México.

Los 5 hechos significativos sobre los católicos de europa

Según el estudio del Pew Research Center, estos son los cinco hechos sobre los católicos en Europa que detalla el informe:

) 1 Europa fue una vez la vivienda de la mayor parte de los católicos de todo el mundo, pero este por el momento no es la situacion.

América es la vivienda de 641.821.000 católicos, siendo el conjunto de naciones mucho más católico (un 64% de su población es católica) y concentrando la mayor parte de los católicos de todo el mundo (48% de los católicos de todo el mundo están en esta zona) . No obstante, según los datos de la encuesta Latinobarómetro, que ha estudiado la afiliación religiosa desde 1995, la identificación con la Iglesia Católica ha disminuido por medio de toda la zona.

En 1995 un 80% de la población sudamericana se identificaba como católico; para 2018, en cambio, esta identificación descendió a un 59%. En prácticamente todos los países la Iglesia Católica ha experimentado pérdidas en sus filas, teniendo como contracara un incremento en los integrantes de las iglesias evangélicas y en esos que el día de hoy no forman parte ni se identifican con ninguna religión estructurada.

La separación siempre y en todo momento postergada

En temas de independencia religiosa, la tumultuosa historia del constitucionalismo español a lo largo del siglo XIX se tradujo en un incesante ir y venir entre la prohibición absoluta de profesar cualquier credo distinto del católico y la tolerancia de cultos, sin poner jamás en duda el peso de la Iglesia y de su fe en el Estado. Al paso que las constituciones inspiradas por el ideario absolutista acostumbraban a ser definitivos al proteger el monopolio del credo católico en las instituciones y la conciencia individual de los españoles, los contenidos escritos liberales no desbordaron, por norma general, el desengañado suplico de Blanco a los constituyentes de Cádiz: el catolicismo proseguiría siendo, suerte o enhoramala, la religión del Estado, más allá de que se habilitara un espacio de independencia aproximadamente extenso para otros credos. Esta fue la fórmula reiterada por las constituciones liberales en todo el siglo XIX y, asimismo, por la de 1869, fruto de una revolución política y, por consiguiente, mucho más favorece, cuando menos teóricamente, para agarrar las situaciones doctrinales de quienes habían levantado contra Isabel II y lo habían vencido. Pero no esta vez los liberales españoles se plantearon desarrollar la lógica de su doctrina hasta las últimas secuelas y entablar, en labras de la independencia que proclamaban, la separación siempre y en todo momento postergada entre la Iglesia y el Estado. De nuevo procuraron un deber con los ámbitos ultramontanos, con los neocatólicos a los que se dirige un diputado y escritor, Juan Valera, con quien Azaña sentiría una especial afinidad.

Alén de los rigurosos avatares políticos en los que el inconveniente espiritual tuvo un papel señalado en todo el siglo XIX, la timidez de los liberales en el momento de ofrecer la separación de la Iglesia y el Estado tuvo una consecuencia capital si bien no en todos los casos advertida: fortaleció el mito de la asociación fundamental entre España y el catolicismo, puesto que en una pelea ideológica tan enconada como la que encaró a liberales y absolutistas prosiguieron siendo pocas las voces que, como la de Arguelles o la de Blanco White, demandaron unas instituciones políticas desligadas del credo espiritual. La corriente primordial del liberalismo español quedó facultativa o de forma involuntaria empapada de integrismo y, por consiguiente, la pelea política continuó encerrada en el campo del catolicismo hasta bien entrado el siglo XX. La relevancia de la Constitución republicana de 1931, en cuya discusión Azaña proclamó que España había dejado de ser católica, esto es, que el Estado, no los españoles, había dejado de serlo, reside en que venía a recobrar la genealogía, en tantas ocasiones postergada y en tantas ocasiones derrotada, del liberalismo no integrista de este país. La victoria de Franco, caudillo de España por la felicidad de Dios, dejó establecer nuevamente el viejo emprendimiento de determinar a los españoles por la creencia. Reanudando exactamente el mismo alegato que Isabel y Fernando tras la toma de Granada, exactamente el mismo alegato que el diputado Inguanzo a lo largo del enfrentamiento sobre el producto 12 de la Constitución de Cádiz, un escritor español partidario de la rebelión militar contra la República. regresar a expresar con novedosas expresiones la vieja iniciativa: “Quien afirma ser español y no ser católico –escribió García Morente– no sabe lo que afirma”.

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