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I. Mientras que USA experimentaba un repunte económico en todo el decenio de 1990, su narrativa padecía una destacable depresión. Este descenso en espiral puede advertirse durante una secuencia de ensayos en forma de manifiestos en los que escritores y críticos expresaban un descontento cada vez mayor conforme en los años noventa llegaban a su fin. En el primero de estos ensayos, aparecido en Harper’s de abril de 1996, Jonathan Franzen, entonces creador de 2 novelas ovacionadas por la crítica, si bien de éxito parcialmente menor, lamentaba lo que él consideró como el fracaso de la novela popular estadounidense. Al comienzo, según escribió nuestro Franzen, había amado hacer el semejante contemporáneo de Catch-22, de Joseph Heller, obra que dejó una huella indeleble en la sociedad. Pero si bien sus libros han recibido críticas convenientes, llegó a meditar que la propaganda era el «premio de consolación por haberle dejado de importar en la civilización». Alejada por la televisión y la pujanza avasallante de internet, la ficción literaria había dejado de estar en el centro. «Hay el día de hoy escasos medios estadounidenses», escribió Franzen, «donde se dé mucho más valor a haber leído la última obra de Joyce Carol Oates o Richard Ford que a haber visto la última película de John Travolta o entender de qué forma andar en internet». Nueve años después, las visualizaciones de Franzen tienen un timbre caduco. La red se volvió tan indispensable como el teléfono, y las proyectos literarias, a lo largo de largas temporadas, llenan nuevamente a los críticos y son fundamento de muestras y cócteles literarios. Pero lo que mucho más llama la atención en este momento sobre las visualizaciones de Franzen es la pobreza de los ejemplos. Si lo destacado que en 1996 tenía la ficción estadounidense eran Joyce Carol Oates o Richard Ford, ¿qué es de extraño que las novelas pareciese importar menos a la civilización? Esta mengua en la calidad literaria se volvió prontísimo el foco de la discusión cerca de la narrativa estadounidense a fines del siglo XX. Múltiples meses una vez que apareciese el ensayo de Franzen, James Wood, en The Guardian, argumentó en defensa de la vitalidad de la narrativa actualizada estadounidense, confrontando el apogeo de los enormes prosistas de los años cincuenta -Bernard Malamud, Ralph Ellison, Saul Bellow – con los «apuramientos» que pasaban sus colegas británicos: William Golding, Kingsley Amis, Angus Wilson. Pero en el momento en que procuraba agrandar su proposición a los escritores estadounidenses contemporáneos, a Wood se le agotaron los razonamientos: el creador estadounidense mucho más reciente que ha podido proteger de manera entusiasta fue Raymond Carver, fallecido hace prácticamente diez años. Por contra, entre los escritores británicos prometedores se encontraba Salman Rushdie, V.S. Naipaul, Martin Amis, Kazuo Ishiguro y Ian McEwan. «La narrativa estadounidense de el día de hoy probablemente no sea tan atrayente y fecunda como la británica», concluyó Wood. y John Updike. Pero con escasas salvedades, estos libros tenían algo de exuberancia irracional, prueba de que se habían sobrevaluado las reservas literarias del país. Sven Birkets declaró a The New York Observer que a Roth, Mailer y Bellow —»nuestros colosales, nuestros prosistas hombres premiados»— «se les se encontraba agotando la energía». Haciéndose eco de Franzen, lamentaba la intrascendencia de sus temas: «En otros tiempos parecían ofrecer forma al ectoplasma cultural a través de su fuerza y ​​la osadía de sus modelos… Ahora no.» En contestación, Wood advirtió que los nuevos escritores mucho más jóvenes —David Foster Wallace, cuya novela épica Infinit Jest apareció el año previo, exactamente la misma Franzen y Rick Moody— habían descuidado cualquier aspiración a lo universal para enfocarlo se en la historia y la sociedad norteamericanas , «la comedia de la civilización» en vez de «la comedia de individuos». «¿Tenemos la posibilidad de concebir algún escritor europeo influido por la paranoia estadounidense de DeLillo, por las profundizaciones de Tony Morrison en la vergüenza estadounidense, o por el planeta posmoderno densamente alusivo de Foster Wallace?», se preguntaba. «Actualmente la civilización de norteamérica es la civilización universal, pero para expresarlo de manera moderada, al resto de todo el mundo no le resulta interesante tanto la civilización de norteamérica como en USA». No obstante, se vió que la danza de influencias trabaja en mucho más sentidos de los que absolutamente nadie habría soñado. La novela mucho más comentada del año 2000 fue White Teeth, que formó el debut de una muchacha británica llamada Zadie Smith: robusta narración que prosigue los pasos de 2 familias inmigrantes —una jamaiquina, la otra bengalí— durante múltiples generaciones en la localidad de Londres, tomando prestada exactamente la paranoia de DeLillo, la política poscolonial de Morrison (tal como la de Rushdie) y el estilo afilado y inquieto de Foster Wallace. En todas y cada una unas partes del planeta, los narradores, desde David Mitchell y Haruki Murakami hasta Michel Houellebecq, reflejaron la predominación de la posmodernidad estadounidense en su estilo fragmentario, sus juguetonas referencias a la civilización pop o su misantropía obscura . Mientras que, en USA la edad de la exuberancia irracional llegaba a su fin y la era de la globalización se encontraba a puntito de comenzar. Un elevado número de narradores de distintas procedencias étnicas se hicieron de nombre presentando novedosas perspectivas estadounidense mediante los ojos de un extranjero. Las memorias literarias, que habían experimentado un resurgimiento en lo que se refiere a popularidad, fueron devueltas de revés por Dave Eggers. La novela popular fue reinventada por expertos como Jonathan Franzen y Jeffrey Eugenides, que abordaron de esta manera los dramas estadounidenses fundamentales de la inmigración y la asimilación, los enfrentamientos de clase y los vínculos familiares, que dejaban ver su deuda con el estilo fracturado y la ansiedad tecnológica de sus precursores, hasta el momento en que, evidentemente, hallaron un nuevo imperativo después de los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001.

II.En su ensayo de Harper’s , Franzen equiparó el panorama literario estadounidense de finales de los años noventa con un centro urbano desierto:

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