Jerry Coyne forma parte a un conjunto creciente de autores que se declaran ateos componentes. La mayor parte son biólogos, entregados, como no puede ser de otra forma hoy día, en el estudio de la evolución de los organismos vivos. Escriben con distinción y son bastante mordaces. Entre los mucho más populares cabe nombrar a Richard Dawkins y Sam Harris. Intensamente persuadidos de que las religiones unen falsedad y riesgo para el confort de la raza humana, desarrollan razonamientos contra la racionalidad de las opiniones en lo sobrehumano. Sus causas no tienen ninguna novedad, pero no se debe reprocharles esta reiteración. En descargo cabe decir que forman parte –formamos parte– de la sociedad de consumo, donde todos y cada uno de los recursos, incluyendo los de índole espiritual, llevan fecha de obsolescencia y la buena marcha del mercado pide su rápida substitución, si bien sea por otros muy afines.
Coyne empieza su reflexión bajo un lema bastante interesante, que intenta enunciar lo fundamental que va a venir después a su libro: «Lo bueno de la ciencia es que es verdadero lo creas o no». En estas expresiones se reconoce un amortiguado eco del galileano eppur si muove. Como todo apotegma, acepta distintas interpretaciones. Es requisito leer una reivindicación de la objetividad de la realidad, indiferente a las estadísticas. Ahora Antonio Machado lo expresó, a su forma: «La realidad es la realidad dígala Agamenón o su porquero»; pero nuestro poeta no termina de persuadirse y añade, ahora, el asentimiento del rey y la duda del siervo. Y sucede que no es exactamente lo mismo quien afirme las verdades, ya que su predominación popular va a depender en buena medida de la autoridad que se otorga al divulgador. Por tal razón, a Coyne le preocupa que la realidad de la ciencia y la falsedad de la religión o las religiones, in toto, no terminen de ser admitidas unánimemente en nuestra temporada. Le intranquiliza el prominente porcentaje de estadounidenses que se prosiguen declarando fieles: aun el número es prominente entre los intelectuales y, por su desconcierto, entre la flor y nata de la intelectualidad, los científicos y, entre ellos, en especial los biólogos evolutivos, donde, más allá de que hay un satisfactorio repunte de la cifra de ateos y agnósticos, todavía persiste un conjunto no repudiable de fieles. Quizás la desconcertante tozudez de ciertos biólogos en sostenerse en la fe de sus progenitores se enseña –se atreve a sugerir a Coyne con determinada malicia– por el hecho de que la financiación de las costosas indagaciones de laboratorio procede de instituciones y fundaciones dominadas aún por patrones fieles. Si de este modo fuera, volveríamos al comienzo que importa bastante quien afirme la realidad y quien la crea, aun más allá de que se intente la realidad científica. Para mudar ese estado de cosas, a fin de que las estadísticas comiencen a ofrecer la razón al ateísmo, Coyne redacta su libro.
El astrofísico de Harvard Avi Loeb repasa en su columna las claves para llegar a descubrimientos científicos auténticos y las diferencias y semejanzas de este desarrollo con la fe religiosa
La espiritualidad y las fronteras de la ciencia tienen algo en común: las dos exploran lo irreconocible. No es labor simple. Es considerablemente más reconfortante examinar lo que se conoce. Lo entendemos todo sobre la materia ordinaria que forma las estrellas lumínicas, pero ciertos científicos procuran la materia obscura sin comprender su naturaleza. No entendemos si hay extraterrestres conscientes, pero ciertos científicos los procuran.
En la ciencia, las pruebas fiables han de ser cuantitativas, reproducibles y agarradas por instrumentos completamente calibrados y bajo control. No obstante, la espiritualidad da un giro cerca de la experiencia humana y no es dependiente de la instrumentación como mediadora de las revelaciones
¿Qué relación tiene la filosofía con el resto saberes?
El comprender filosófico es un entender de segundo nivel que supone un preciso nivel de avance de la vida política, social y económica y cultural. La filosofía es el mucho más viejo de los saberes y después se desprendieron los saberes particulares.
¿Cuál es la diferencia entre filosofía y religión?