La desaparición es un hecho biológico universal y, no obstante, radicalmente atravesado por la civilización en tanto que las opiniones a su alrededor hacen que la vivamos de formas tan distintas que no es exactamente lo mismo fallecer en Asia que en Europa o en África o llevarlo a cabo en un ambiente urbano o en uno rural. Los humanos somos el único animal que sepulta a sus fallecidos y tenemos la posibilidad de estimar que los rituales que hemos desarrollado para el entierro marcan el paso de la naturaleza a la civilización.
La ritualización de la desaparición tiene una función concreta: administrar el gran mal que causa la pérdida. De ahí que los rituales se usa para equilibrar, armonizar, unir al conjunto que continúa en vida y para marcar el tráfico de quien muere. Al paso que en nuestras sociedades de europa estos rituales se centran en los puntos mucho más tristes de este acontecimiento –luto, silencio…– en otros destacan lo opuesto, la alegría de los instantes contentos vividos y transforman la celebración de la desaparición en una celebración.
La necesidad de ofrecer sentido al mal
La fe deja ofrecer sentido, concepto y orden a las cosas que nos suceden, de ahí que no es bueno intentar patologizar o cuestionar a quienes la practican. Asimismo es verdad que hay bastante gente que atraviesan el luto sin precisar fe. En FMLC fuimos presentes de los dos casos durante nuestra experiencia como psicólogas.
Como conclusión, tener fe es algo positivo para sobrepasar el desafío, si bien no es indispensable. Una fe madura no solo calma el peso de la pérdida, sino da promesa y deja hallar sentido a la desaparición. Es imposible imponer quien no lo tiene, ni arrancar quien lo tiene.
El gimu, la deuda ética irremediable
Un padre obsequia la vida a un hijo en el momento en que este nace. Y la vida es lo mucho más apreciado que contamos. Por consiguiente, según la civilización de Japón, un hijo va a tener siempre y en todo momento una deuda irrealizable de regresar a su padre llamado gimu (義務).
Esta moralidad se transmite de generación en generación, siendo conque un hijo solo podría devolver ese favor en el momento en que el padre muera: asistirle a fallecer en paz, efectuar todos y cada uno de los rituales a lo largo del funeral, proseguir ofreciéndole comida, bebida y ofrendas pues puede pasar la mejor eternidad viable.