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¿Funciona el saber científico de hoy sobre la evolución con el pensamiento espiritual y, mucho más en concreto, con el católico? La elaboración de una contestación afirmativa a esta pregunta es el tema central del libro de Michael Ruse objeto de ese comentario. Ruse es un respetado pensador de la biología de origen británico, instructor a lo largo de treinta y cinco años en la Facultad de Guelph en Canadá y, desde hace años, directivo del programa de Historia y Filosofía de la Ciencia en la Facultad de Florida , donde ocupa la plaza de Lucyle T. Werkmeister Instructor de Filosofía. Fué principal creador y editor jefe de la gaceta Biology & Philosophy y es creador o coautor de sobra de treinta libros, la mayoría de ellos versan sobre temas de evolución. Ruse, desde el primer instante, deja clarísima su condición como evolucionista convencido: «Pienso que la evolución es algo y que el darwinismo ha triunfado. La selección natural no es sencillamente un considerable mecanismo. Es la única causa importante del cambio orgánico persistente». No obstante, se subleva contra la iniciativa de que su condición de darwinista demande siempre una contestación negativa a el interrogante que da título a su libro.
Agnóstico, educado por sus progenitores, a quien dedica el libro, en un ámbito cuáquero en la Inglaterra de posguerra, Ruse protege que el darwinismo no solo funciona con el cristianismo en lo fundamental, sino puede, en cierta manera, servirle lo de acompañamiento.
Origen del cristianismo
El cristianismo nació en la provincia romana de Judea, y comenzó siendo una secta judía pequeña, de opiniones apocalípticas y cerca de 120 integrantes, guiados por varios de los apóstoles de Jesús de Nazaret. Los hechos contados en el capítulo bíblico Hechos de los Apóstoles narran la conformación del culto, pero no son exactamente estrictos históricamente.
La verdad es que para el siglo III, el culto católico contaba ahora con cientos de seguidores y era la congregación dominante del norte del Mediterráneo. Entonces, una iglesia cristiana primitiva había surgido, compuesta por helenos y judíos. Su importancia fue tal que los mandatarios romanos, poco dados a la persecución religiosa, no tardaron en procurar aplacar el culto, sin hallar erradicarlo completamente.