El cristianismo, por medio de sus distintas corrientes de pensamiento –primordialmente nicenos, arrianos, donatistas, coptos y priscilianistas– ahora se encontraba globalmente predeterminado a inicios del siglo IV, si bien hubo una última ola de persecuciones en la mayoría de un Imperio de roma cuya división entre sus vertientes ahora se escurría: la concesión por la parte de Constantino de la independencia religiosa –de la que los cristianos fueron los enormes favorecidos–, tal como su resolución de convocar el Concilio de Nicea, quien declaró terminantemente la naturaleza divina de Cristo fueron etapas esenciales para la expansión de la fe cristiana. Como apunta el instructor Víctor Manuel Cabañero en Teodosio I contra los herejes, «de secta, de movimiento que daba cabida a la promesa de los mucho más desfavorecidos y que basaba la visión de un planeta mucho más próspero a nivel personal y comunitario más adelante del que solo apartaba la desaparición, esa religión pasó a traspasar la civilización romana». No obstante, el grupo de logros estuvo a puntito de no ser irreversible gracias a la conducta de ciertos sucesores de Constantí. De modo particular Julián el Apóstata, cuyas pretenciones hostiles hacia el cristianismo solo fueron frenadas por la brevedad –fueron 19 meses– de su reinado. Juliano fue sucedido por el moderado Joviano, que se esmeró en regresar a los básicos constantinianos.
En 394, el soberano salvaje Eugenio se proclamó emperador de Oriente y Occidente, con la intención de quitar la corona a Teodosio, que le plantó cara a la guerra de Aquilea, más allá de que las fuerzas de su enemigo eran superiores en número. Según las fuentes cristianas, un milagro decantó el combate a favor de Teodosio. Otros, no cristianas, lo ponen en cuestión. Cabañero no se alinea, pero concluye: «Teodosis, de nuevo con el apoyo de la fortuna –o de un milagro en la versión cristiana–, lograba una victoria que supuestamente distaba bastante de ser suya. Y esta sí que sería la última». Poco después, a Teodosio no le quedó mucho más antídoto que garantizar la división del Imperio.
Religión y culto del imperio De roma
La religión no tuvo en Roma la relevancia que había conseguido en Grecia. Al ingresar en contacto los dos pueblos, los romanos fueron asimilando a sus dioses a los de la teogonía griega. Los cultos solo calaron en el espíritu de roma de manera superficial. Las divinidades romanas mucho más esenciales, con sus análogos helenos, fueron: Júpiter (Zeus), Marte (Labres), Febo (Apolo), Mercurio (Hermes), Vulcano (Hefest) y Neptuno (Poseidón). Las diosas fueron: Juno (Hera), Ceres (Deméter), Venus (Afrodita), Vesta (Mestia), Diana (Artemisa) y Minerva (Atenea).
HERELLIA EN PALAU
Vimos que el indicio de emperadores del siglo IV son eminentemente cristianos, pero hubo uno que llegó al trono deseando mudar la civilización y el foco de las religiones en el Imperio, y que revela bien la visión cristianopagana del poder ahora mismo: Julián (década del 360), llamado por los cristianos como «el Apóstata». Su gobierno fue corto y sus condiciones bien difíciles (por si acaso quiere arrimarse a su figura de una forma mucho más rápida, Gore Vidal escribió una novela sobre su persona, espesa pero llena de matices). Esencialmente Juliano, si bien dictamina otro edicto en pos de la independencia de cultos, acaba con un magno emprendimiento de restauración al paganismo -bastante fallido, por otro lado-. Efectúa precisamente exactamente las mismas medidas que habían tomado sus precursores en el campo ideológico: privar de base institucional y económica la fe contra la que luchaban (Mitchell, 2015: 189).
Experiencias aparte, y si bien en el final del producto volveremos a mentarlo, resaltaremos tan solo un hecho que nos revela, de nuevo, que la civilización es bidireccional y que siempre y en todo momento hay “transfusiones culturales” aun en los enfrentamientos. Juliano fue un personaje criado en Oriente, conocía bien las filosofías que luchaban contra el cristianismo y le enfadaba el abandono de las viejas prácticas. De ahí que, logró unos enormes sacrificios -en balde- para regresar al paganismo institucional, pero, ¿de qué forma?