el cristianismo y las grandes religiones hans kung pdf

¿Cuánta gente se prosigue atrayente el día de hoy por el clásico símbolo de la fe cristiana? Varios se piensan religiosos, pero no cristianos; varios se piensan cristianos, pero no se sienten vinculados a la Iglesia. No obstante, violentas discusiones, más que nada en la Iglesia católica, sobre algunos enunciados habituales de la fe, gustan la atención alén de los muros de la Iglesia y detallan que poco «superadas» están las viejas cuestiones escenciales del credo católico . Se discute públicamente sobre de qué forma comprender pasajes clave del credo clásico, del «Símbolo de los Apóstoles»: «Nació de María Virgen. Resucitó de entre los fallecidos. Bajó a los avernos. Subió al cielo». De nuevo, entre el magisterio eclesiástico y la teología moderna se libra envenenado combate por la interpretación correcta, y no rara vez resultan falsas elecciones entre doctrina eclesiástica «objetiva» y también interpretación metafórica, subjetivo-sicológica. Hay, en todo lo mencionado, algo claro: a absolutamente nadie —por fortuna— se le puede obligar el día de hoy a opinar. No obstante, muchos son los que desearían opinar, pero no tienen la posibilidad de llevarlo a cabo como en la Antigüedad, en la Edad Media o en la temporada de la Reforma. Demasiadas cosas cambiaron en la constelación general de nuestro tiempo. Demasiadas cosas de la fe cristiana ocasionan extrañeza, semejan estar en contradicción con las ciencias naturales y humanas y asimismo con los impulsos humanos de nuestro tiempo. En este punto es donde nuestro libro desea ser útil de soporte. Lo que en 1962 el papa Juan XXIII, en su célebre alegato de inauguración, llamó «punto capital» del concilio, asimismo puede considerarse punto capital de este libro. No tiene que ver con la discusión de este o de aquel producto primordial de la doctrina de la Iglesia, en repetida minuciosa de la doctrina de los Progenitores, tal como de los teólogos viejos y modernos, que siempre y en todo momento tienen la posibilidad de darse por muy conocidos y presentes a nuestro espíritu, sino hablamos de un «salto hacia enfrente, hacia una profundización de la doctrina y una capacitación de la conciencia, en una correo y lealtad mucho más especial a la genuina doctrina, pero estudiada y presentada esta, por otro lado, de conformidad con la investigación y las fórmulas literarias del pensamiento moderno». La explicación que ofrezco aquí del Símbolo de los Apóstoles se siente enlazada a ese espíritu del concilio y quiere: ser una interpretación, no arbitraria y personal sino más bien fundamentada en la Escritura, de los productos de la fe fijados en ese credo; prestar una interpretación ni esotérica ni estérilmente dogmática, sino más bien con seriedad interesada en las cuestiones del hombre de el día de hoy: no ciencia segrega para los que creen, sino más bien inteligibilidad, dentro de lo posible para los no fieles, sin alardes científicos ni grandilocuencias oratorias; no declaraciones precisamente irracionales, pero sí argumentación a favor de la seguridad en una situación que está alén de los límites de la razón pura; no beneficiar ninguna tradición eclesiástica particular, pero, inversamente, tampoco continuar una cierta escuela sicológica, sino más bien, con absoluta honestidad intelectual, tomar como punto de orientación el evangelio, o sea, el primitivo mensaje católico, así como es viable exponerlo el día de hoy con los métodos de la investigación histórico-crítica; no beneficiar una forma de pensar de ghetto confesional, sino más bien aspirar a una amplitud universal con la que, por una parte, las tres enormes Iglesias cristianas logren sentirse comprendidas y, por otro, asimismo se tienda un puente hacia el diálogo con las religiones universales. La unidad de las Iglesias cristianas (anulación de todas y cada una de las excomuniones recíprocas) es precisa, la paz entre las religiones (como condición importante para la paz entre los pueblos) es viable. Y no obstante una máxima apertura universal no excluye la lealtad a nuestra convicción religiosa. Deseable y oportuna es la predisposición al diálogo unida a la solidez interior. 40 años de trabajo teológico han encontrado expresión en este libro. Lo que, aprendiendo y meditando infatigablemente, fué medrando en mí en temas de fe va a ser expuesto aquí en un espacio muy breve. La realidad va a ser esa con certeza, sin abandonar la crítica histórica a favor de un psicologismo individualista limitado. Está claro que en este libro no se pudo tratar de ninguna manera todo cuanto forma parte a la fe y la vida cristianas, desde particulares cuestiones dogmáticas hasta las cuestiones de ética y espiritualidad. Esto hay que, en parte importante, al propio credo, que proporciona una limitada «selección» de los probables «productos» de la fe cristiana y que no toca nada de temas de vida, práctica cristiana. En tiempos pretéritos, esto se habría llamado «pequeño catecismo» de la fe cristiana. Para todas y cada una de las cuestiones mentadas que no he podido tratar aquí debo remitir a mis libros mucho más extensos que forman el trasfondo de este libreto, más que nada a los libros sobre la justificación, la Iglesia, el ser católico, la presencia de Dios , la vida eterna, las religiones universales y la ética universal. (Emprendimiento de una ética mundial, Trotta, La capital española, 1995). A estas proyectos, que poseen extensas referencias bibliográficas, remitiremos otra vez en el final, para quien desee efectuar comprobaciones y, quizás, reforzar mucho más. En el avance histórico de la Iglesia y del dogma y en la situación de hoy del cristianismo espero poder referirme al segundo volumen de mi trilogía La situación religiosa de este tiempo —el volumen sobre el cristianismo— con exactamente el mismo estilo que hice ser útil en el volumen sobre el judaísmo. (El judaísmo. Pasado, presente y futuro, Trotta, La capital de españa, 1993). Si bien el contenido del credo, con motivo de la temporada en que este brotó —la primera mitad del primer milenio—, tiene restricciones que no tienen la posibilidad de pasar desapercibidas, me dio la sensación de que investigar las fórmulas de fe habituales era un reto mayor que elaborar con propias expresiones un credo moderno; una religiosidad completamente difusa, o aun confusa, no puede atraer a absolutamente nadie. Y estos productos, de hecho, han marcado intensamente —en buena medida para ser usados, hasta este día, en la liturgia y en la música sagrada— en la cristiandad, exponiendo su predominación hasta el campo de las artes plásticas. Por tal razón se ha dedicado particular atención en esta ocasión a las artes plásticas, tras haber meditado, ahora previamente, a propósito del nombre de Mozart, sobre la conformación musical de los habituales enunciados religiosos: en todos los seis episodios he esforzado por ingresar los productos propios de la fe partiendo de un caso de muestra tradicional de iconografía cristiana, para lograr equiparar la imagen de la fe clásico con la actitud básica, tan diferente, del hombre de nuestro tiempo. En el final, deseo expresar mi agradecimiento por la asistencia recibida de nuevo. Para mí o sea todo lo opuesto de una pura formalidad. Ya que soy muy siendo consciente de que no podría sobrepasar mi colosal volumen de trabajo sin confiable soporte técnico y científico. El consejos técnico del manuscrito estuvo otra vez al cargo de las señoras Eleonore Henn y Margarita Krause; mi doctorando Matthias Schnell y el estudiante de teología Michel Hofmann han leído esmeradamente las pruebas. Del ajuste tipográfico se volvió a encargar el licenciado en teología Stephan Schlensog, quien asimismo me ha ayudado con la lectura crítica del manuscrito. En lo que se refiere a las cuestiones estilísticas y de contenido, doy en especial las merced a la señora Marianne Saur y al doctor Karl-Josef Kuschel, Privatdozent y directivo adjunto del Centro de Investigación Universal. A todos ellos, que en parte me asesoraron fielmente ya hace muchos años, les doy aquí públicamente, de corazón, las gracias. Esta explicación del Símbolo de los Apóstoles tiene una sola razón de ser: la convicción de que, a fines del siglo XX, pese a todas y cada una de las críticas al cristianismo ahora la Iglesia, es viable decir con una actitud de seguridad razonable: creo, yo creo. Puedo ofrecer mi asentimiento a los productos (sin lugar a dudas, de dispar relevancia) del Símbolo de los Apóstoles, considerados como punto de orientación de nuestra vida y como promesa para nuestra muerte.

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