diferencia entre el cristianismo y la religion romana clasica

«¿Qué tienen relación Atenas y Jerusalén?». La oración de Tertuliano enunciaba un enfrentamiento que marcó la historia espiritual de Occidente desde la Antigüedad hasta nuestros días. «¿Qué tienen relación la Academia y la Iglesia?», clamaba el rétor africano (1). La construcción de la teología cristiana en los concilios de los primeros siglos le mostraría que tienen bastante en común. Y Tertuliano, encerrado en su extremismo, terminaría alejándose de Roma. Pero no solo los debates teológicos, desde los Progenitores hasta los alemanes del siglo XX, se desarrollan cerca de esta cuestión. El pensamiento filosófico, jurídico y político de Occidente está intensamente arraigado. La conversión del cristianismo en religión del Imperio, la Reforma, el racionalismo y la reacción romántica se definen en decisión correcta para admitir o negar la fusión de la civilización griega y el mensaje evangélico. Si Lutero procuró volver a poner una añorada Iglesia no corrompida por Grecia, Nietzsche, otro con pasión alemán, teorizaba la melancolia inversa, de la Grecia pura que el cristianismo habría enterrado una vez que Sócrates la hiriera de muerte. Y frente a los sacrificios de separación, el iusnaturalismo de toda condición se ha esforzado en conciliar 2 mundos que en ocasiones se intercalan como agua y vino, ahora ocasiones como agua y aceite.

religión

La helenización del cristianismo es, por otro lado, una cuestión tradicional en la narración de las ideas, y enormes investigadores de nuestro siglo la trataron en hondura. Werner Jäger, Jean Daniélou, Arthur Darby Nock o Henry Chadwick son autores de estudios ahora tradicionales, que meritan ser reeditados, traducidos y releídos por todos y cada uno de los apasionados ​​en estas cuestiones (2). Y estos no deberían aparecer solo de los foros de discusión académicos y eclesiásticos. Lamentablemente, no es este género de proyectos lo que acostumbra tomarse como guía para andar en las aguas de la alta divulgación histórica. Si los parágrafos siguientes impulsan alguno a su lectura, no habrán sido en balde.

UN PASO QUE ABRIÓ EL CAMINO

Todo cambió con el próximo emperador, Constantino, y su compañero Licini, que firmaron otro edicto de independencia religiosa que, no obstante , transformaba el cristianismo en religión licita: sin ser oficial (fuera del gobierno), es un culto tolerado por considerarle “no ateo”. Este es el popular Edicto de Milán (Lactancio, De Muerte. Pers. 48), si bien no fue técnicamente un edicto, ni se firmó en esta localidad:

“Teniendo en cuenta desde hace ya tiempo que no es necesario negar la independencia de religión, sino es requisito convenir a la razón ahora la intención de cada uno de ellos la capacitad de encargarse de las cosas divinas, cada uno de ellos según su prioridad, habíamos invitado a los cristianos a que guardasen la fe de su secta y de su religión. ” (“Edicto de Milán” en Lomas: 413)

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