desde cuando existen las religiones minoritarias en la peninsula

Llevados a la enorme pantalla por el directivo yugoslavo por antonomasia, Emir Kusturica, acompañado por el no menos célebre Goran Bregovic en la banda sonora, la población gitana de los Balcanes se ha anunciado al planeta como geniales trompetistas en las orquestas de música balcánica. Pero alén de los tópicos regionales, ¿cuál es la narración de este pueblo? ¿Cuál es su lengua predominante? Si bien su pasado es impreciso, se estima que las raíces proceden del norte de la India. No obstante, su llegada a los Balcanes vino de la mano del Imperio otomano y se estima que su presencia en la zona data de finales del siglo XV. Su religión fue cambiando según con las situaciones de la temporada y, de esta manera, el día de hoy conviven no solo diferentes religiones en esa red social, sino más bien asimismo distintas subgrupos.

Para agrandar: “Tras las huellas del pueblo gitano”, Luis Martínez en la Orden Mundial, 2018

II. Historia y geografía de las religiones

De ahí que, resulta indispensable aproximarse al análisis del fenómeno espiritual y de sus implicaciones políticas desde un criterio científico, neutral y laico que nos asista a desenmascarar los alegatos propagandísticos mítico-ideológicos de estos movimientos fundamentalistas, para de este modo conocer los genuinos juegos de poder que se ocultan tras ellos. No obstante, antes va a haber que saber la historia y la geografía de las primordiales religiones de todo el mundo (judaísmo, cristianismo, hinduismo, budismo), tal como de esos conjuntos que no profesan ninguna religión (ateos, agnósticos). Además de esto, gracias a su creciente predominación cultural, su colosal encontronazo mediático y su papel personaje principal en la geopolítica moderna, va a ser preciso ofrecer una cobertura mucho más extensa y adaptada a entre las religiones citadas: el islam.

Antes de adentrarnos en esta radiografía de las religiones en el planeta, es esencial poner énfasis que los datos que manejan los estudiosos son solo estimaciones, gracias a la inmensidad de marcos de relación Iglesia-Estado que hay en el planeta, que van desde el laicismo ahora citado hasta el confesionalismo. Por poner un ejemplo, en numerosos países laicos y aconfesionales la religión es un factor de forma exclusiva privado, y por consiguiente, constitucionalmente absolutamente nadie está obligado a declarar sus opciones religiosas o no religiosas. En los modelos opuestos, teocráticos o confesionales, habitualmente se genera la persecución ideológica hacia esos que no profesan la religión oficial, con lo que por supuesto estas personas no van a poder manifestarse abiertamente como practicantes de religiones minoritarias, o sencillamente, como ateos o agnósticos ( es lo que pasa por poner un ejemplo en numerosos países musulmanes regidos por la sharía): Gracias a esto, los países que tienen dentro censos oficiales de adscripción religiosa (y parcialmente fiables) son mucho más bien minoritarios, y por ello, los datos mundiales que aportaremos ahora son sencillamente cantidades aproximadas.

el origen del inconveniente espiritual

La situación de la península consigue su máximo deterioro desde 1808. No es tanto una crisis política lo que se vive desde ese momento como una asoladora crisis de legitimidad. La dinastía borbónica está fuera del país, retenida por Napoleón y también invalidada para reclamar el poder por la obligada abdicación de Fernando VII, por lo menos desde un criterio formal. José Bonaparte, en el otro radical, es respondido por la mayor parte de los españoles, exasperados por la invasión y por el accionar de las tropas francesas en la conducción de la guerra. Parecía precisa una solución de urgencia para agradar ese vacío y la convocatoria de unas Cortes se presentaba como entre las pocas vías de acción. En Cádiz se procuró lograr de este modo un convenio entre españoles de las distintas tendencias para detallar instituciones capaces de terminar con el desgobierno y, al fin y al cabo, reconstruir el poder político en España, interrumpido y desarticulado en los primeros años del siglo XIX. La tarea de los miembros del congreso de los diputados gaditanos era siempre fundacional: no solo debían argumentar pues adoptaban cierta forma de gobierno, ciertas instituciones, sino más bien asimismo argumentar qué títulos les acreditaban para esto. Fue el ineludible recurso a la historia como fuente de legitimidad de su tarea lo que abrió el sendero a fin de que, adjuntado con las interpretaciones del pasado, la religión estuviera de nuevo que se encuentra en las deliberaciones políticas: la acumulación de mitos que desde hace tiempo había predeterminado un nexo fundamental entre España y el catolicismo logró que, salvo extrañas salvedades, los miembros del congreso de los diputados no percibieran diferencias entre charlar del pasado y charlar de la fe. Como el poder que deseaban instaurar en España no podía desentenderse de la historia, tampoco podía llevarlo a cabo del catolicismo. Aquí, precisamente aquí, empieza el inconveniente espiritual en España, el inconveniente espiritual en los términos en los que quieren resolverlo la República y Azaña.

Si bien corto, la discusión del producto 12 de la Constitución de Cádiz dejó establecidas las primordiales situaciones sobre las relaciones entre el catolicismo y el Estado que perdurarían a lo largo de los 2 siglos siguientes hasta llegar a los nuestros días. En una redacción inicial, establecía que “La Nación de españa profesa la religión católica, apostólica, romana, única verídica, con exclusión de cualquier otra.” Pero la presión de los miembros del congreso de los diputados ultramontanos, que consideraban esta fórmula deficiente por el hecho de que se limitaba a admitir un hecho, a constatar el sentido sociológico incluido en la afirmación de que España es católica, forzó a añadir una exclusiva predisposición en el producto que reforzara el carácter normativo del orden constitucional, o sea, que reivindicara el sentido político de aquella afirmación. El resultado fue una regla en cierta manera extravagante, que rechazaba la independencia religiosa al unísono que encargaba a las instituciones seculares velar por la fe católica: “La Nación la resguarda por leyes sabias y justas, y prohíbe el ejercicio de cualquier otra”.

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