A Gabriel García Márquez todo se lo excusaron. Hasta este infame último libro: Memoria de mis putas tristes, apología de la violación, la misoginia y la crueldad contra las mujeres que recibió exactamente el mismo aplauso de los caballeros del canon que sus espléndidas proyectos precedentes. Sin ningún género de dudas, García Márquez fue un genio de la literatura, un profesor del informe y un artista de la palabra, pero eso no le hacía un enorme hombre, sí un enorme, colosal, escritor. Su dimensión humana y su talla literaria lograron estar separadas hasta la aparición de las citadas «Memorias». Aquí, el genio resbaló. Desde el comienzo: «El año de mis noventa años deseé obsequiarme una noche de amor orate con una joven virgen», hasta el desenlace: «Uy, mi sabio triste (…) Esta pobre criatura está tonta de amor por ti». Al libreto en cuestión, poco mucho más de cien páginas, no le falta ningún aspecto: todas y cada una de las mujeres son malas y/o putas salvo la madre del personaje principal, un ángel, naturalmente; todas y cada una de las mujeres a su predisposición sexual, incluyendo las pequeñas -pobres, eso sí- pues las que no lo están tienen la posibilidad de ser violadas y después, asimismo prostituidas; ellas no charlan, el joven Delgadina tenía catorce años y se sostuvo muda mientras que el viejo personaje principal de la narración satisface por cautiva o activa los antojos del deseo. El juego es simple: un señorito rico y cultísimo, como es natural, indefenso frente a un planeta lleno de mujeres malvadas -a Damiana la violó entre página y página de La pisana andaluza, ella trabajaba en la vivienda, descalza por no incordiar , mientras que él leía estirado en una hamaca-. En el momento en que se publicó el libro, sus defensores usaron el mando razonamiento de que solo era ficción. Sí, solo es ficción nacida de la mirada y de la pluma de un escritor.
Solamente tres años tras publicarse Memoria de mis putas tristes, Mercedes Beroiz escribió El llanto de los caracoles, anunciado por Cavall de Troia. Mercedes logró situación el deseo de quienes, seguidores hasta ese instante de la literatura de García Márquez, sentíamos la necesidad de ofrecer voz a Delgadina pues las Delgadinas hay y se cuentan a millones en América latina y en la mitad del planeta. «Si los muros de una localidad están marcados por los sin voz, en algún ubicación habría de ser la voz de las mujeres. ¿Dónde van a estar las voces de las mujeres?», redacta Beroiz.